Como
siempre, pero más incluso, una experiencia de lectura impresionante, única. El
tercero de la serie Falcó tiene todo lo que un lector revertiano, y cualquiera que goce con la literatura, espera
encontrar, y si cabe, aún más depurado.
Si
este hombre escribiera, no sé, por ejemplo, las instrucciones de los aparatos,
algunos no saldríamos de la página de Amazon.
Es
sublime su utilización del predicativo, cómo es capaz de decir, con un
adjetivo, lo que a otros les ocupa una página o un capítulo. Los libros de
Pérez-Reverte abría que leerlos una y otra vez sólo por aprender a hablar y a
escribir mejor.
Pero
es que, además, es excelso en la trama, en el dibujo de los personajes, los
estados de ánimo que se describen en las propias descripciones del espacio, las
personificaciones, que están ya a un nivel lírico y, en definitiva, es un lujo
ser contemporáneo de este escritor.
Aparece
la recurrente mujer superior, cuajada, femenina y quizá feminista, pero no
folclórica, capaz de sumir a cualquiera en la miseria con una mirada. Hay un
muy adecuado enlace con la segunda novela de Falcó. Algo que está ahí, y que
remueve la nostalgia del protagonista y del lector.
Hay
escenas más tórridas de lo que viene siendo habitual y, siempre, sin caer en el
mal gusto o lo zafio, siempre construidas con el tacto de la buena literatura.
En
definitiva, si va a ser el último de la serie, nos vamos a quedar con ganas de
más.
La
historia de España y Europa contada sin los complejos que a tantos atormenta y
los convierten en tormentos. Historias de espías, de mercenarios, de bandos, de
lealtades, pero sobre todo, de personas.
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