Mi trigésima séptima lectura del año se ha colado entre
la saga que andaba leyendo, como se va a colar el tercero de Falcó de Reverte o
el que está a punto de salir de Kate Morton. Y es que hay autores a los que hay
que ceder el paso. Uno de ellos es, sin duda, Eduardo Mendoza, con su humor
sutil, inteligente y brillante. Nos encontramos con una novela que ubica al
personaje, y al lector, en un tramo del siglo XX, a caballo entre España y
Estados Unidos.
Sin ser un personaje cómico o tragicómico, como el
Innombrable, lo cierto es que hay
momentos brutales, e historias fantásticas. Como siempre, merece mucho la pena.
Sólo el brillo discursivo de personajes que dicen tener poco conocimiento del
idioma ya es un motivo para la carcajada. El juego con los tonos, los nombres
inventados. En definitiva, lo singular de Mendoza. Aunque no esté en absoluto
de acuerdo con algunas ideas y reflexiones plasmadas en el texto, no puedo
dejar de aplaudir.
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