Una novela de Eduardo Mendoza. Con eso bastaría para describirla. Eso es sinónimo de disfrutar con el lenguaje, con un acervo léxico y discursivo prolífico y espléndido. Una evasión hacia la situación cómica y la desternillante mezcla de tonos discursivos que raramente coinciden con las espectativas del lector sobre el personaje. Leer a Mendoza es reír y aprender. En este caso, la continuación de “El rey recibe” repasar un momento histórico de nuestro país a mediados de los años setenta. Las peripecias del señor Batalla continúan, ora por oriente, ora por occidente.
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